lunes, 30 de mayo de 2011

Volver al ruedo

Por Bárbara Dibene

Nos reunimos en Plaza San Martín, en un banquito que se volverá referente y amigo, para hacer esa primera visita tan esperada. No todos nos conocemos, pero seguramente lo haremos, porque tiempo es lo que vamos a compartir, que vale más que cualquier carta de presentación. En el micro hacemos el famoso torbellino de ideas, que alguien escribe en un anotador para que nada se pierda.

Llegamos al barrio cerca de las dos y media, y damos una vuelta. Recorremos y vemos, porque hoy nos toca prestar atención y empezar a apropiarnos de ese lugarcito. Pasamos por casas, un almacén, la canchita, la plaza que pide por juegos y chicos que jueguen. Cristian nos cuenta la historia del lugar, mientras hace las veces de guía turística. Nos reímos, con llave en mano entramos a la copa de leche.

De a poco van llegando chicos, curiosos por la invitación y viendo “de qué se tratará esto”. Nosotros vamos y venimos, ordenando sillas, sacando cartulinas y lapiceras, preparando el agua para el mate. Cuando parece que estamos todos, nos sentamos alrededor de las mesas, y empezamos a averiguar quiénes somos.

La primera actividad les parece divertida. Tienen que describirse, cómo puedan, cómo quieran y sin nombrarse. A algunos les cuesta pensar en qué los identifica, pero nosotros también hacemos el ejercicio y eso los incita a esforzarse. Cuando todos terminamos, Emilia los lee en voz alta.

Están quienes aman el fútbol, la música, escribir, leer. Quienes patinan, dibujan, juegan y tienen muchos amigos. También esos mienten y dicen medir uno chenta, o tener un lustro de años menos, pero eso causa gracia y la risa suena fácil, contagiosa. Ahora nos conocemos de nombre, de cara, de gesto, de risa fuerte.

Para seguir, les proponemos que hagan dos grupos, y terminamos en sorteo. La consigna los impulsa a comentar mucho y reflexionar más. Tienen que escribir en una cartulina qué les gusta y qué no del barrio. Cada uno de nosotros acompaña a un grupo, los conoce, les pregunta cosas y se convierte en chico por un rato.

Luego se intercambian las cartulinas, y tienen que dibujar lo que escribieron los demás. Ven las coincidencias: nadie quiere basura en la calle, plaza sin juegos, postes de luz sin focos, calles sin semáforo. Todos valoran la solidaridad, el compañerismo de los vecinos, el trabajo de la copa de leche, la gente que se acerca a ayudar.

Proponemos la reflexión, para que sepamos qué nos quedó del día. La puesta en común nos alienta, y nos da más ideas. Comprendemos finalmente que somos herramientas, y que ellos son quienes van a aprovechar lo mejor de nosotros.

Florencia, la más charlatana de todas, acepta ser entrevistada por Cristian, que con reporter en mano comienza a batallarla con preguntas. Ella se ríe, pero contesta encantada. Jugar a los periodistas es algo que a todos parece gustarles. Incluso después Jonathan le hará una pequeña entrevista a su mamá, Ángela, quien se ocupa de la copa de leche.

Nos vamos con muchas ideas, con nombres y caras nuevas que se harán familiares (eso deseamos, eso pedimos). En el camino de vuelta, algo cansados, pensamos en que el día no pudo ser mejor, y que cada uno de nosotros ya tiene una tarea para casa.